miércoles, 20 de marzo de 2013

Atrocius

Por qué el cine español jamás debería haber abandonado el Destape. 

Es verdad, si me miro la punta de la nariz bizqueo.
Si alguien te ofrece como opción B ser sodomizado por un mandril rabioso cargado de metanfetamina, raro sería que no escogieses la A. Se me ocurren realmente pocos escenarios en los que esto fuera justificado: iniciar un largo noviazgo con Rajoy, tragarte un concierto entero de David Bisbal desde la primera fila  o, en especial, volver a ver Atrocius.
De verdad, si la opción A es esta peli, no lo dudes: mandril.

Lo primero que tira para atrás es que se trata de otra incursión más en un subgénero que ya estaba agotado desde tres días después del estreno de The Blar Witch Project, el found footage
Técnicamente el found footage se basa en la idea de que alguien ha encontrado unas cintas de vídeo filmadas por alguien muerto en extrañas circunstancias, y se presenta todo como si fuera algo que sucedió en realidad y que el director no ha hecho más que un mínimo montaje antes de dedicarse a emitirlo y cobrar los royalties. 
No es nada nuevo, Ruggero Deodato ya lo hizo en 1980, Myrick y Sánchez en el 99 con la mencionada Bruja de Blair y, recientemente, se ha vuelto a poner de moda, primero con El Diario de los Muertos de Romero y Paranormal Activity, ambas del 2007. 
Algunas de estas pelis son míticas, otras incluso buenas (como la de Romero), pero todas comparten un pecado mortal. Y es que abrieron la veda para que cualquier proyecto de director sin medios ni talento pudiera coger una cámara casera, ponerse a correr por el bosque y llamarle película al resultado. 
Atrocius, junto con Zombie Diaries y los cortos de Gallardo, componen algunos de los más lamentables ejemplos de esta tendencia. 

Me disculparéis si tengo algo difuso el argumento, pero además de que apenas tiene, la vi hace casi tres años en un preestreno que se hizo en Sitges (al que acudí, iluso de mí, totalmente sobrio y sin siquiera un bote de Válium de tamaño familiar), y me he negado a volver a verla para escribir el artículo (por suerte, no había ningún mandril disponible para amenazarme). 

La cosa trata básicamente de dos chavales que, además de hermanos, son un poco subnormales, y a los que sus padres llevan de vacaciones a una casa enorme y echa polvo que la familia de su madre en las afueras de Sitges.

El que gesticula sin parar y la chica que nunca ha usado Pantene son los hermanos. Ni idea de quién es el crío gordo de la cara pixelada.
Como todos los chicos de su edad (¿?) tienen un programa por internet en el que se dedican a investigar leyendas urbanas y, mira tú que casualidad, que hay una justo en la casa a la que van a ir de vacaciones. 
Al parecer una niña desapareció ahí (creo que en un pozo) en los años 40 y se ve que por las noches su fantasma vaga por ahí. 

Vale. Bien. No pasa nada. Hemos visto pelis de terror por menos...

Todo esto son unos diez minutos, todavía quedan 72 minutos de gritos, cámaras desenfocadas, perros ladrando y gilipollas corriendo por el bosque. También hay trozos que intentan ser entrevistas con el padre y con un amigo de la familia. El padre, en especial, consigue algo que parecía imposible: sobreactuar más que sus hijos. 

El metraje supuestamente encontrado comprende varios días (no me preguntéis cuántos), en los que se intenta ir preparando al espectador para el gran final. Que si ahora dejamos la cámara puesta por la noche y se oyen ruidos, que si ahora ladra todo el rato el perro, que si ahora el perro desaparece (probablemente asesinado por algún vecino cansado de no poder dormir), que si de golpe al padre le da por prohibir a sus hijos ir por el bosque porque es muy peligroso (cuando lo que debería haberles prohibido es salir de casa después de estrenar este bodrio), etc. 
Total, que la última noche, cuando se supone que uno tendría que estar ya en tensión y en realidad está intentando cortarse las venas con la tarjeta del Carrefour, los críos van al bosque de noche y gritan y corren con la cámara dando bandazos (creo que hay cinco minutos enteros en los que no se consigue distinguir absolutamente nada, sólo a gente en la sala rebuscando en el bolso a ver si encuentran Biodramina). En algún momento entran en un laberinto (de esos que hay en todos los bosques) y se separan. La chica se pierde y algo o alguien se la lleva a rastras mientras el hermano coge las de Villadiego, dejándola a merced del monstruo, loco del machete o lo que sea de turno. Pero no pasa nada, porque al cabo de un rato se la encuentra en una especie de caseta, atada y como poseída.

Al final (y esto es spoiler, pero poco importa, porque nadie debería ver semejante truño) el chaval vuelve a casa y encuentra muertos a su padre, no sé si al amigo y al perro, justo antes de bajar al sótano (porque tras encontrar cadáveres en la casa, lo mejor que puedes hacer es bajar al sótano) donde le espera... ¡su madre con un hacha!

Sí, al parecer, después de toda la coña, a nadie se le había ocurrido comentar que la madre era una psicópata que había pasado media vida en el manicomio y que ahora, así por las buenas, le había parecido buena idea pillar un hacha y desmembrar a su familia (cosa comprensible, también, con esa familia).

Pues eso, así a grandes rasgos, es Atrocius. Una gran mierda de principio a fin que no sólo te roba 82 preciosos minutos de tu vida que podrías invertir en algo mucho más productivo (como mirar fijamente una pared o intentar encontrar a Wally en Gogle Earth), sino que se te queda grabada en la mente y te asalta cada vez que alguien te regala una entrada para ver una peli que tenga que ver con niños, bosques o cámaras de vídeo. 

Una de las peores películas del cine español y del cine de terror. En serio, si tienes que escoger: mandril. 



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